Compartimos la admiración y respeto por su obra.
Fotografía tomada de la web
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Orgullo nipón
«Hasta No añoro mi
juventud (1946) y dada la
situación del momento, no se podía decir nada. A pesar de nuestro anhelo de
libertad nos contentamos jugando con la técnica (...). Durante la guerra
había ciertas cosas que no podía expresar». Akira Kurosawa.
Los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial hicieron que las
cinematografías directamente involucradas en el conflicto -muchas de ellas
incipientes- viviesen un curioso fenómeno. Truffauft lo llamaría
colaboracionismo, sin aceptar muchos matices hasta que sus violentos
arrebatos juveniles se serenaron. Tavernier, más comprensivo en su Salvoconducto (Laissez-passer, 2002),
hablaría de una forma como otra cualquiera de... sobrevivir.
La diferencia, de cara a los anales,
es que un bando ganó y otro perdió (¡nada sutil la distancia existente entre
héroes y villanos!) Las películas y la propaganda de guerra del bando aliado
han pasado a la historia por la puerta grande (Capra, Ford o Wyler mediante),
mientras que las italianas (revísense, por ejemplo, las tres primeras
películas del exonerado Rosselini) o las alemanas (culpable por siempre Leni)
son panfletos fascistas condenados al olvido.
Hace poco tuve la ocasión de ver en
la Filmoteca de Catalunya diversos boletines de lo que fue el No-Do
republicano, edificante y parcial apología de "los nuestros" que se
ejerció desde uno y otro bando. Lo encontré igual de repugnante y censurable
que su original: utilización por doquier de niños muertos, infrahumanización
del adversario y loa a un ideario político convertido en religión. Y es que
en tiempos de guerra... ¿todos los gatos son pardos?
A Kurosawa le tocó vivir en esa época
y colaboró a su manera en el esfuerzo de guerra. La mayoría de sus películas
posteriores (cantos a los gloriosos tiempos de catanas y shogunatos, no en
vano fue el hijo de un oficial del ejército descendiente de samurais) podrían
inscribirse en esa "recuperación del orgullo nacional" tan
vapuleado.
Vaya por delante que La más bella no es una película fascista. La
colectividad (en este caso, mujeres que trabajan como voluntarias de la
compañía Nipón Kogaku, dedicada a la fabricación de lentes de precisión para
el ejército) se convierte en uno, las individualidades no cuentan cuando lo
que está en juego es la supervivencia del país del sol naciente.
Kurosawa hizo lo que pudo con este
encargo envenenado, especie de Cuna de héroes (The Long Gray Line, 1955) para ultrapatriotas: «cuando me
confiaron la realización decidí darle un estilo semi-documental». Aunque sin olvidar a qué fines debía servir («sí, el tema de la
película es el auto-sacrificio de un país» –1–).
Con técnicas propias del montaje
soviético, Kurosawa cumple con creces los objetivos demagógicos y artísticos:
estamos, indudablemente, ante una película de un nacionalismo furibundo, pero
sin embargo... ¡tan bella!
Tachado muchas veces de misógino,
extraña ver en el cine de Kurosawa un film donde la importancia de la mujer
sea tan absoluta (y donde ellas no sean malas y enrevesadas, desencadenantes
de la perdición del hombre o detonantes de sus bajas pasiones). En La más bella ocupan el 90% del metraje y se
muestran más aguerridas y batalladoras que el Toshiro Mifune de La fortaleza escondida(Kakushi toride no sa akunin,
1958) o Barbarroja (Akahige, 1965).
Y es que ni la propia madre moribunda
importa cuando se trata de equiparar el rendimiento de la sección femenina de
la fábrica al masculino, ese 10% de incremento que parece imprescindible para
asegurar la victoria. Mujeres enfermas que quieren pasar por sanas para
"no defraudar" a sus compañeras, sensación de equipo y anulación
del libre albedrío. Ni más ni menos que lo que nos vendían en El sargento York (Sergeat York, 1941) o en El acorazado Potemkin (Bronenosets
Potyomkin, 1925).
La más bella es un film candoroso y algo superado por su coyuntura política (¿acaso
no les pasa lo mismo, verbigracia, a los dos trabajos anteriormente citados
de Hawks y Eisenstein?), anteproyecto de ese Kurosawa íntimo y humanista que
hizo volver la mirada de Occidente hacia una geografía donde hoy por hoy
parece residir el presente y el futuro del séptimo arte.
(1) Vidal Estévez, Manuel. "Akira Kurosawa". Ediciones
Cátedra.
Tomado de:
http://www.miradas.net/0204/estudios/2004/06akurosawa/lamasbella.html |